DESCANSO PATERNO

Hace unos meses atrás una amiga que acababa de enterarse que estaba embarazada se comunicó conmigo para charlar sobre su nueva situación. Esta joven es una profesional, dinámica, muy activa y en ese momento tenía planes de estudio para seguir especializándose en su carrera. El bebé llegó sin planificación, y con su llegada, el mundo de este joven matrimonio daba un hermoso giro no esperado.

Ana tenía su mente llena de preguntas, dudas e inquietudes, y muchas de ellas giraban en torno al cambio que seguro habría en su diario vivir y en como ahora, este hijo absorbería literalmente todo su tiempo, 24 horas, siete días a la semana.
En un momento de la conversación me hizo la siguiente pregunta: ¿Daniel, un padre o una madre en que momento descansa?, debo confesar que la pregunta me tomó por sorpresa, ya que requería que respondiera de manera clara y directa, pero con toda sinceridad les digo que no me costó hallar la respuesta que a mi juicio era la correcta, pues tengo dos hermosas hijas, las dos ya son jóvenes y sé cómo la vida cambia cuando te transformas en padre, sé cómo tu tiempo se reduce cuando debes dividirlo ahora entre dos personas más, sé cuántas madrugadas y cuántos trasnochos se hicieron cotidianos, sé cuántos planes hubo que dejar en el tintero y sé también cuántas decisiones hubo que tomar pensando en cuatro, no en sólo uno. A la pregunta de Ana, mi respuesta fue: “Ana, un padre o una madre descansa, cuando ve a sus hijos sonreír.” A través del teléfono pude percibir que no esperaba esa respuesta, pero al mismo tiempo, eso que le dije -de algún modo- le trajo paz y tranquilidad frente a toda esa nueva realidad que le venía por delante.

Y sí, les confieso que cuando veo a mis hijas sonreír, siento que todo valió la pena, siento que no hay esfuerzo demasiado grande y que no hay inversión que haga por ellas que no traiga buenos dividendos. La sonrisa de un hijo o una hija, tiene la capacidad de borrar cualquier sombra que nos haya cubierto, tiene el poder de llenarnos de una energía capaz de sobrellevar cualquier inconveniente que se nos presente y es la mejor terapia para fortalecer tu autoestima. 
La sonrisa de un hijo alimenta, refresca, satisface, alegra, revitaliza, y sobre todo motiva a seguir adelante, motiva a seguir luchando por hacer las cosas bien, y por último, la sonrisa de un hijo te lleva a estar más tiempo de rodillas delante de Dios, te lleva a pedir sabiduría y dirección divina.
Procuremos ser instrumentos fieles en las manos del Señor, instrumentos tales que seamos canales de bendición y alegría para nuestros hijos e hijas.

“La sonrisa de tu hijo es más hermosa que la joya más valiosa.”
(Anónimo)

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